viernes, 2 de febrero de 2007

Pregúntame por qué bebo

Y por fin le tocó al teatro. Juan Carlos Ordóñez es un dramaturgo donostiarra, nacido en 1941 y autor del monólogo que da título a esta entrado, texto publicado por la Fundación Autor de la SGAE en 1999, en un volumen en el que también aparece la obra La orquesta toca para mí, inédita hasta ese momento.

Se trata de un monólogo en un acto, estrenado en el madrileño Teatro Maravillas un 12 de agosto de 1997, bajo la dirección de Juan Polanco y con los actores Ramón Langa, en el papel de Adriano Alaya y de Osky Pimentel en el de Luis.

A pesar de que aparecen dos personajes, el que lleva la voz cantante es Adriano, ya que Luis es un barman que habla con sus silencios, sus miradas y sus gestos, pero sin esbozar la más mínima de las palabras a todo lo largo del texto.

La historia está ambientada en un bar, a medio camino entre el local de copas y el pequeño restaurante, con un cliente habitual, un solitario de esos que todos los locales de este tipo tienen entre su clientela, especialmente entre la noctívaga. Un solitario disfrazado de triunfador de nada, de persona que ha alcanzado las más altas cotas de la miseria y que se esconde detrás de los vapores alcohólicos para escapar de una realidad tozuda.

Para ello el autor utiliza la sobriedad como elemento fundamental para poner de manifiesto la degradación progresiva de Adriano, mientras que Luis calla, incluso cuando es directamente insultado por su cliente, y se comporta como un auténtico profesional, atendiendo a todos los caprichos de un Adriano cada vez más borracho, más consciente de su soledad y de su fracaso.

Un perdedor en estado puro al que el alcohol no le lleva más que a un viaje a la degradación personal, hasta quedar a la altura de la basura que el barman saca del bar con la fría profesionalidad que le caracteriza.

Adriano.- Soy un romántico. Sí, un romántico. (Se sienta y empieza a comer) Los románticos comemos compulsivamente, ¿lo sabías? Es una forma de compensar nuestra insatisfacción espiritual. (Se va agudizando el efecto del alcohol) Por ejemplo: a mí me gusta levitar; y cuando lo intento y no lo consigo, me meto "pal" cuerpo un codillo y se me va la frustración. (Come y bebe sin parar) Para el desengaño amoroso, nada como el salchichón; para la nostalgia un donut, y para la melancolía, una ración de boquerones. Oye, no falla; proporciona un equilibrio perfecto. (Breve pausa. Ensimismado) Y para los sueños no realizados y las quimeras inalcanzables... que crean un desasosiego suave y lento... pero largo y casi incurable... ¡lo más indicado es el bacalao al pil pil! Lo que yo te diga: entre versos, rabo estofado, suspiros y chicharrones, vamos sobreviviendo los seres sensibles como yo.

Y no me negarás que alguna vez no te has preguntado, "¿Quién soy yo?", al levantarte por la mañananita, ¿eh? (Canturrea y mima la acción de afeitarse) ¿Quién soy? ¡Y qué angustia te produce no poder contestar! Claro que, en mi caso, más angustia me produce decir "Adriano Alaya", porque enseguida se me viene aquí (Se toca la cabeza) lo que me espera esta mañana. Algunos días he tenido la tentación de contestar; y, por si las moscas, me he clavado de un golpe el frasco del "after shave". (Transición) Sin embargo, bebiendo no hay problema. "¿Quién soy?", me pregunto yo ahora. Y sin comedura de coco contesto rápidamente: "Un borracho"; y se acabó la historia. (Perdiendo fuelle) ¿Comprendes ahora que me guste beber? ¿Qué sólo bebo... porque me gusta?.

¿Nunca has sufrido una desilusión? ¿Nunca has sentido añoranza, melancolía? ¿Conoces el desamor? (En la radio suene una música intrascendente) No, ¿verdad? Ésa es la ventaja de los simples. (Énfasis) Los idiotas, y te lo digo cariñosamente, ponme una copa, desconocéis las penas del amor. (Luis le pone la copa) Sois como un electrocardiograma plano. ¡Gloriosa ignorancia la ignorancia del desamor! ¡Bendita comodidad la de la estulta condición! (Pausa) Mi querido y estólido Luis, nunca sabrás lo feliz que eres. Y eso me indigna. Me indigna que no tengas paladar para la angustia ni para la dicha; para lo exquisito y para lo aberrante. (Pausa) Me desprecias: los ignaros lo desprecian todo; en envidias: la vulgaridad envidia lo anómalo. Soy un borracho ilustrado, lo sé, y anteayer escribí un poema sensacional. Tú nunca has percibido ni de lejos una emoción como ésa. Me regodeo en esa incapacidad tuya, pero me irrita tu indiferencia por ser un enano. Tú eres un bulto que respira y yo un poeta que llora. (Se sienta en una mesa de la derecha) Lo indignante es que para vivir, a ti te basta con el fuelle de tus pulmones; y, sin embargo, a mí no me alcanza ni con el beso de aquella vez.

No hay comentarios: