domingo, 24 de octubre de 2010

La cinta blanca (Das weisse band, Michael Haneke, 2009)



Lo que podría ser una historia de ambiente bucólico con aroma a historia para contar a los niños para que se duerman por las noches, termina convirtiéndose en un relato casi de terror psicológico, de miedo que no termina de materializarse pero que no por ello es menos evidente, no por ello está menos presente, por ejemplo, en ese niño pequeño que recorre los tenebrosos pasillos nocturnos de su casa mientras llama temblorosamente a su hermana.

Un pequeño pueblo alemán que vive casi en la Edad Media, con un barón a la manera de señor feudal que tiene las tierras que trabajan sus campesinos, un pastor protestante, un médico, un maestro, mujeres y niños, sobre todo niños, son el elenco de personas que dan vida a un pueblo anclado fuertemente en la tradición poco antes de que se produzca el estallido de la Primera Guerra Mundial.


En ese ambiente opresivo, de violencia soterrada física y sexual, de castigos corporales y profunda represión, sitúa Haneke a unos personas que encarnan perfectamente todo el amplio abanico de miserias de las que es capaz del ser humano. Ambiente que será el caldo de cultivo para lo que vendrá después de la Gran Guerra, y que no es otra cosa sino el nazismo y sus perniciosas consecuencias para tantos millones de personas.

La conservadora sociedad del pueblo se empezará a ver sacudida por una serie de hechos extraños (accidentes, palizas, asesinatos), que muestran el lado enfermo de una sociedad rodeada de infamia, en la que los adultos y los niños guardan silencio, unas veces doloroso y otras cómplice, mantenido a golpe de frustración y de humillaciones diversas.


Miedo y dolor que se diluyen en lágrimas en ocasiones, y que recorren los interiores de unas casas campesinas en las que se está incubando el huevo de la serpiente de la maldad más absoluta. Para ello el cineasta no cae en barroquismos, exhibicionismos sino que lo va mostrando todo con calma, lentamente para que todo vaya calando en el espectador como esa lluvia fina que apenas sentimos hasta que nos damos cuenta de que estamos empapados.


A la creación de la atmósfera ayuda mucho que la película se haya rodado en blanco y negro, lo que le permite mostrar contrastes muy efectivos entre ese blanco símbolo de pureza, y los negros de los oscuros paisajes interiores de los personajes de una historia que vamos descubriendo según nos la va contando el antiguo maestro del pueblo.

“Un film tan sutil como afilado y directo, un puñetazo en la boca presentado sin aspaviento alguno, y un cortante bisturí que explica lo inexplicable y desciende al abismo humano sin demagogias”, en palabras de Juanma González.


Por acción y omisión en esta película no hay inocentes, todos son rehenes de sus miserias y de sus silencios, y creo yo que no se puede ver esta película sin que a uno le quede mal cuerpo durante un buen rato.

2 comentarios:

Natàlia Tàrraco dijo...

Soberbio ejercício de buceo en una sociedad cerrada, seca, inmisericorde, evocando la estética de los maestros del cine nórdico, una fotografía B/N antológica e idonea para esa atmósfera opresiva. Un abarzo.

Alfredo dijo...

Un mundo opresivo y opresor, en el que la máxima parece ser la de que de lo que no se habla es que no existe. Además, en un mundo violento quien puede condenar a otro por hacer uso de la misma estrategia.

Un abrazo Natàlia!!